“Cartón de zumo joven y atractivo busca botella de vodka para intercambiar fluidos”. Si alguien le hubiera predicho a Kolmogorov-Smirnov que ese auncio marcaría el resto de su vida cuando se levantó por la mañana, sin duda hubiera recibido a cambio un comentario grueso y una carcajada. Diez horas más tarde, sin embargo, se encontraría inmerso en el mundo del contraespionaje, so pena de ser vertida en un vaso de maceta y deglutida despreocupadamente por algún adolescente ebrio.